septiembre 13, 2009

LA TAPA (DEL) ASCO

Por: Jonathan Ballesteros y Salazar

“EL PUEBLO ES SUPERIOR A SUS DIRIGENTES”
Palabras de un Mártir y expuesto en papel moneda.

Es una vergüenza afirmar que la máxima introductoria no sea propicia ni merecida a la dignidad del actual pueblo caldense, principalmente el de su ciudad capital; pueblo silencioso, individualista y carente de ambición colectiva. Me genera una abominable repugnancia espiritual llegar a esta conclusión, cuando creía ser un ciudadano con cedula en el “paraíso terrenal” construido a pesar de lo abrupto y desafiante de la geografía, pero me enfrento a una realidad distinta y adversa, a una verdad que sólo dilucida una Gomorra del siglo XXI; hipócrita, ebria, lujuriosa e incapaz de crear una solución para su destino.

De los muchos problemas que azotan con fiereza nuestra amnésica tierra, el peor de todos es la tolerancia de una ciudad para con los males que flagelan su realidad, males a los que una sociedad permitió su nacimiento, a los que otra autorizó su desarrollo y a la que ésta, la nuestra, parece permitir la consolidación de un estado permanente de ignominia, mientras el futuro de las próximas generaciones parece haber sido prostituido ya.

Cesar Gómez; egregio jurisconsulto condenado por el lento olvido de la historia que construyen sus ingratos paisanos. Silvio Villegas; nostalgia en forma de verso o prosa de muchas leyendas de amor en una ciudad que repudia a los poetas. Don Gilberto Alzate; fértil muralla del orgullo propio del montañero que se extravió en alguna filosa sierra circundante. Podría continuar, pero seguir contando de un pasado del que no fui parte seria cómodo y tramposo, por ello he de mencionar a un mártir de mi tiempo, debo citar en voz altanera el nombre de Orlando Sierra Hernández, distinguido símbolo de la resistencia cívica. Debo confesar que no lo conocí en persona, pero lo lloré y ahora lo extraño como hombre amante de la verdad, como apasionante creyente de un mundo mejor, como un hombre que no temió y murió como vivió, dueño de su verdad.

¿Pero que pasó con su muerte?

¡Nada! ¡Absolutamente nada! Una cobarde ciudad lamentó su partida, una turba canalla juró con vehemencia que no iba a haber impunidad con los homicidas y una sociedad que naufraga hace tiempo ya en medio de un mar de secretos públicos, dice a voz tenue conocer al asesino, pero no pasa absolutamente nada, el silencio parece instaurarse como una patética costumbre más, tanto así que este supuesto asesino masacro en Caldas la representatividad de un partido político como el Liberal, siendo actual copartícipe del más oscuro momento de la política departamental.

¿Y que ha pasado?

¡Nada! ¡Absolutamente nada! En nuestras tierras parece ser que desde hace tiempo ya no pasa nada.

septiembre 05, 2009

ENTREVISTA CON EL INDIVIDUALISMO CALDENSE

Por: Camilo Vallejo Giraldo


Llegué hasta Manizales para entrevistarlo. Cuando me senté a su lado, conservaba aún la tímida convicción de que estaba al frente de una esperanza, una que por fin representara una idea sensata, lejos de la vanidad personal, una que nos enseñara a hablar en este departamento más de política que de negocios. Pero en menos de media hora, comprendí que quien me hablaba era otro de esos que esconden los mismos vicios detrás de discursos de renovación y de independencia, otro de esos que hace creer que la juventud es garantía de cambio. En media hora ya sabía que era otro representante de esa ideología caldense que tanto vende, pero que a tan pobre situación conduce.


A la primera pregunta respondió que creía que Manizales debía ser una sociedad donde las personas pudieran por sí mismas salir adelante, y enseguida, antes de que cualquier comentario explotara en mi boca, agregó que el Estado sólo debía garantizar las oportunidades y era la gente la que debía emprender y promover su propio proyecto de vida personal y familiar. Al principio me pregunté cómo se podía hablar de sociedad, cuando lo que se propone es que cada quien piense en sí mismo, sin tener que pensar en el otro, sobretodo en ese otro que tanto necesita de nosotros; ¿no era eso renunciar a cualquier proyecto colectivo, con el propósito de que sea cada persona la que deba buscar la vía para su superación y trascendencia? Sin duda estaba sentado al frente de ese discurso que renuncia a perecer.


Recibió una llamada que nos obligó a suspender. Se fue a donde yo no pudiera oír lo que hablaba. Llevábamos cuarenta minutos en los que él había estado dándome respuestas en las que sin duda yo ya no mostraba ningún interés, hasta tracé garabatos en mis hojas haciéndole creer que con diligencia reseñaba sus ideas cínicas y repetidas. Tomé un sorbo del café que me había ofrecido, y con su primera respuesta grabada en mi mente, pensé que era precisamente ese modo tan egoísta de ver y explicar la vida lo que había hecho que en la comuna San José de Manizales se quisiera un montar un negocio de tal magnitud, el cual, bajo la idea de la “renovación urbana”, va a desplazar del centro de la ciudad a los más pobres, en beneficio de especuladores inmobiliarios que pretenden comprar barato y revender caro. Pero seguro a él le daba igual, pues si era coherente con sus ideas estaría convencido que esta es la forma en que la administración municipal da oportunidades, aseguraría que esos pobres están en plenas capacidades de construir su proyecto personal, y argumentaría que es una propuesta legítima porque se hace en virtud del proyecto personal y familiar de dichos especuladores. Su idea sin duda parte de la noción centenaria de que todos los hombres son iguales, ese paradigma falso que bien supo desvirtuar Estanislao Zuleta: los hombres no nacen iguales, nacen en una raza particular, en una familia precisa y en una clase social determinada, y eso para el mundo de hoy no es nacer ni tener las mismas oportunidades. Ni siquiera todos tienen la posibilidad de emprender su proyecto personal y eso es precisamente lo que no se dice.


Dejé mi asiento, tomé mi chaqueta del perchero, metí el lápiz en el bolsillo de atrás del pantalón y abrí mi morral para meter las hojas. Caminé hasta la salida y pensé entonces que por esa razón en Caldas se abandonan proyectos en sectores como los de la cultura y los de la salud, ámbitos intrínsecamente colectivos. ¿Cómo se edifica un proyecto sobre la cultura abandonando toda visión colectiva? ¿Una cultura personal y familiar? ¿Cómo se conserva un buen sistema de salud, sabiendo que la unión entre la salud y la visión individualista de los negocios es totalmente anacrónica? Abrí la puerta y pensé en tantos jóvenes de Caldas que por seguir su proyecto personal esperan en cualquier momento dejar atrás su ciudad o su pueblo, sobretodo la gente que allí tanto los necesitan. Pensé en todas esas personas que, hasta en mi familia, tienen más identidad con su empresa que con su propio departamento. Entonces cerré la puerta y me fui sin despedirme.