septiembre 14, 2010

TAMBIÉN SOMOS CARIBE

Por: Jonathan Ballesteros y Salazar


No es sólo el calentamiento global; nuestras en otrora elegantes damas ahora desfilando con chancletas tres puntá por el Cable o por Chipre, o el súbito cambio del aguardiente por el ron (cifra que nos puede decir nuestro ilustre gerente de la Industria Licorera de Caldas), es también lo que nos hace sentir cada día más próximos al ambiente de nuestros compatriotas del Caribe; nuestra proximidad es cada día más contundente, es de marcado carácter cultural.


Quiero dejar muy en claro que no tengo el menor repudio hacia los costeños, en mis años de carrera de Derecho en Bogotá siempre departí alegremente con ellos, soy admirador de los grandes exponentes de su literatura como Meira Delmar, Gabriel García Márquez, Raúl Gómez Jattin y Germán Espinosa, de hecho el amor de mi vida es momposina; pero sí me sostengo en afirmar que el ciudadano promedio de la costa Caribe colombiana es ausente de reacción cívica, poco o nada del futuro de su entorno les preocupa. Me atrevo a sostener que el concepto fisiócrata en su sentido inverso del “Laisser fait, laisser passé: Dejar hacer, dejar pasar” tiene plena vigencia en el ambiente costeño.


El destino de una región le ha sido asignado a unos cuantos sin mediar un juicio sobre el pasado de estos, sin siquiera auditar el presente de sus actos y obviamente con descuido absoluto de las condiciones sucesorales de un título que se hereda, el de ser político. Nosotros los caldenses, quienes en el discurso nos aclamamos como baluartes de una tradición rica en valores religiosos, familiares, regionales y laborales, heredado de nuestros arrieros antepasados, no somos más que la réplica casi exacta de quienes en muchas ocasiones usamos para criticar; a los caribes.


Nuestro presente, nuestro verdadero presente nos dice que:


Sólo nos importa la fiesta. En Caldas la gestión de un alcalde se mide por la cantidad y calidad jolgórica de fiestas que realice. Es oportuno mencionar que la cifra de fiestas y encuentros que realizan nuestros municipios al año cada día va en aumento, bautizándolos con los más inverosímiles nombres. Por ejemplo, en Villamaría se celebra muy rimbombantemente las fiestas de la “horticultura” (de la que muy pocos en una encuesta realizada sabían su significado), pero la realidad nos muestra la escasa participación de las huertas campesinas en el marco de las festividades. Todo lo contrario a lo que el concepto de horticultura supone, la plaza del municipio es un culto a los triglicéridos y a la borrachera, la ausencia temática es evidente. Este es un diagnóstico que se multiplica por los otros municipios del departamento, donde muchos de nuestros alcaldes han aprendido muy bien la lección dada por los romanos en el arte de gobernar: “dadle al pueblo pan y circo, y tendrás al pueblo contento”.


Que en política todo se vale: En nuestro departamento los partidos van muriendo, porque quienes pretenden representarlos, no han hecho más que usufructuar el poder con la compañía sigilosa de la trampa, han abandonado las metas históricas de sus colectividades por el altivo afán lucrativo. Lo preocupante de esta reflexión en nuestra tierra es que a nadie parece importarle esto.


Si la meta de la dirigencia es llegar a ocupar la gobernación, alguna alcaldía, incluso cualquier posición en el gobierno central o departamental, hay que realizar alianzas a como de lugar. No importa si estas alianzas se hacen entre liberales y conservadores, entre gobiernistas y opositores, las metas programáticas en Caldas no tienen validez. El real interés de nuestra clase política es cómo llegar al poder, cómo establecer desde allí una sólida estructura de favores y servilismos.


Somos sumisos por el peso de la heráldica: Somos colectivamente perezosos, así como nuestros hermanos del Caribe. Nos da una tranquilidad como pueblo resignado que ya somos, que sea el hijo, el hermano, el tío, el primo e incluso el nieto de alguno de nuestros tradicionales políticos, quien asuma las riendas de nuestro futuro. Preferimos no mirar si quien usando el apellido de un retirado u octogenario comandante de desgracias regionales que se postula, tiene o no cualificación alguna para el cargo, optamos mejor por bajar la cabeza y rendir tributo nobiliario. Es por eso que en Caldas ya tenemos a nuestros Name, a nuestros Char, a nuestros De La Espriella.


Podría continuar con muchos mas de nuestros símiles con los caribes, como por ejemplo las ínfulas de nobleza paquidérmica de muchos de los miembros del club social de nuestra capital, que piensan que por realizar estrafalarios cocteles y cenas en nombre de la pobreza que no conocen, solucionarán muchos de los males sociales de los que son los causantes; pero no quiero extenderme más por desidia de dañarme el día pensando en encopetadas mamás de muchos conocidos.


Los caldenses tenemos que renunciar a la resignación que los hechos pretenden imponer. Nuestra cultura no ha sido siempre la de mercenarios del destino, todo lo contrario, en nuestras tierras se había constituido un destino común con base en la disertación entre paisanos. Cuando lo liberales vuelvan a defender a cabalidad los ideales de Benjamín Herrera, de Rafael Uribe o de Luis Carlos Galán; o cuando los conservadores nos volquemos nuevamente a la defensa de las tradiciones; o simplemente cuando alguien en nuestra región defienda desde las laderas ideológicas alguna posición, volverá en Caldas nuevamente el desvelado interés de sus habitantes por los designios del mañana y por ende la construcción cívica.


Por ahora transitamos a pasos de avestruz al destino trágico que se impone por el desahucio de las ideas, la indiferencia por el destino, la venta del progreso colectivo en cada elección, la consolidación de señoríos familiares es el actual camino. Por favor señor Eduardo Verano de la Rosa y pueblo hermano de la costa norte, incluyan a Caldas dentro de la región Caribe. ¡Porque nosotros también somos Caribe!