agosto 10, 2009

REFUNDANDO LA ESPLÉNDIDA COMARCA

Por: Camilo Vallejo Giraldo

Manizales es una ciudad con un amplio y complejo superyó, una ciudad que desde hace tiempo, mientras con testarudez intencionada procura parecerse a una Atenas mal reproducida, rehúye a las “heridas narcisistas” que ponen en evidencia su debilidad, sobretodo su naturaleza disimulada que tanto le gusta adornar con disfraces oportunos.

Hoy, cuando los manizaleños cantan para brindarle un beso al nombre de su ciudad, parece que de manera voluntaria o negligente no ofrecen nada distinto que la misma demostración que tuvo Judas con su maestro al besarlo en la mejilla. Hoy, cada vez que un manizaleño se obstina en exaltar los valores de su ciudad sin otra consideración distinta a que son los valores de su “polis” (un argumento algo autorreferencial), sólo demuestra que Manizales no es más que una ciudad que se traiciona a sí misma.

Hace años, cuando ya convivían grecocaldenses y azucenos, en los pueblos de Caldas los campesinos morían masivamente en duelos de machete, pero en su capital la desidia y el silencio se alzaban como estandarte de un pacto político que permitió que Manizales fuera, desde entonces, no sólo ese excelente vividero que hasta hoy predica ser, sino una isla de paz entre el mar de sangre, un campo de guerra muda desde donde se disimuló la barbarie, desde donde se ignoró de manera conciente, desde donde se incitó a la violencia con socarronería para no más que conseguir algunos votos acabando de paso con los del color contrario. Manizales es una sociedad “enroscada”, como bien lo define uno de los políticos manizaleños más relevantes (que seguro por manizaleño, y dando fe de su sentencia, insiste en que no se pronuncie su nombre), es un pueblo que, habiendo preferido el placer de la paz que se pactó sobre el sacrificio de sus propios hermanos, habiendo sucumbido a la cobardía de no romper el pacto para no salir de la camarilla, se construyó sobre la tragedia y la desdicha de su propia región, de su propio departamento.

Pero esa enfermedad social se perpetúa, no sólo en el ámbito de la violencia que continúa produciendo a diario desplazamiento y homicidios en los pueblos de Caldas, sino también en otras esferas que Manizales pareciera insistir en desconocer. Y no hablaré a fondo de ese vetusto desprecio por los municipios que muchos de los más manizaleños practican, ni del generalizado y frío interés que existe por parte de la capital de construir un verdadero departamento, ni mucho menos sobre la incomunicación e insolidaridad que azota a los pueblos, sólo diré que Manizales es una capital que obligadamente ha entonado el himno de su departamento, es una localidad cuyos líderes y emprendedores (liderdedores y emprénderes) sueñan con una ciudad pero poco con una provincia, es una población cuyos empresarios ven los municipios como oportunidades de negocio antes que como cofrades, es una ciudad cuyos políticos ven a Caldas como un mapa electoral y no como una esperanza colectiva, es una sociedad que olvida los orígenes de donde vinieron muchos de sus abuelos.

Aunque la situación actual tanto de Caldas como de Manizales podría ser al menos un pretexto para optar por otra visión y cambiar, parece que los manizaleños seguirán en lo mismo, y hablo en general, porque así digan que es odioso, y así haya indicios de que este proyecto de exclusión y aislamiento de los municipios es agenda de unos pocos, es la otra gran mayoría la que insiste en permanecer cobarde y placenteramente en la “rosca”; es la mayoría para quienes el silencio es una decisión.

Caldas es la constitución misma de Manizales, es su procedencia, su encrucijada y su sueño postergado; el reencuentro de lo caldense es la posibilidad de ser y negarlo es traicionar a la ciudad, es dejarla condenada a su propio narcisismo. Ya en 1966 Manizales actuó con displicencia desafiante en la escisión de regiones enteras que no hicieron otra cosa que demandar reconocimiento, por su bien pueda ser que no vuelva a ocurrir tal equivocación, porque ya el Occidente mira con buenos ojos hacia Risaralda, ya el Norte hasta comparte imaginarios con Antioquia, y el Oriente hace rato que no deja de observar el sol que se alza desde las tierras del Tolima y de Cundinamarca. ¡Qué deuda inmensa tenemos aún los manizaleños!

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